La resaca del terrorismo y la vida normal

La resaca del terrorismo y la vida normal

Aún no me salen enteras las palabras. Cuando una periodista me preguntó porqué estábamos yo y mi familia encendiendo velas en las Ramblas de Barcelona, iba a contestarle cuando se me hizo un nudo en la garganta y sólo pude llorar.

La vuelta de las vacaciones ha sido agridulce. Solemos volver con energía y contentos, con ganas de explicar dónde hemos estado, qué hemos hecho… estamos felices porque empezamos con las pilas cargadas un nuevo año laboral y escolar.

Pero los atentados en Barcelona, han callado nuestra alegría porque lo incomprensible al final ha pasado también aquí. He leído mil artículos, he escuchado opiniones de todos los canales, he visto como se politizan y se desvirtúan palabras y comportamientos, he visto que hay buena gente con un corazón a prueba de religiones y colores.

Hemos visto las caras del mal y conocido mil pequeñas historias de personas que han hecho el bien-todo lo que se podía- en ese momento de caos y terror.

Y ahora la vida normal.

Hay que seguir sin miedo “No tinc por” decimos. Pero algo ha cambiado. La idea de que, en cualquier momento y lugar, alguien a quien amamos, puede no volver a casa. Que dejas salir a tus hijos, pero en vez de “diviértete” ahora también añades “ves con cuidado”, que si ya de por sí estamos intranquilos cuando salen, ahora piensas que lo único que te gustaría es que se quedaran en casa para no tentar a la suerte, no sea que una furgoneta, un cinturón bomba o doscientas bombonas de butano, nos arranque de cuajo el corazón.

Tenemos que volver a hacer vida normal, sabiendo que, a diez minutos de casa, hay familias para las que para siempre Barcelona no va a ser su recuerdo de barca-cielo-ola, sino de lágrimas, corazones rotos, vidas sesgadas y de cicatrices en el alma con secuelas para siempre.

Para los que vivimos en Barcelona es difícil empezar la rutina del año con esta tristeza que cae como un manto silencioso en la ciudad. Ahora es difícil no sobresaltarse cuando escuchamos una ambulancia o vemos tres coches de policía a toda pastilla por la Gran Vía.

No tinc por. No tengo miedo gritamos al mundo. Pero ¿de verdad? ¿No nos da miedo este mundo que va a toda pastilla hacia la incomprensión, la intolerancia, los radicalismos o los intereses económicos por encima de las personas?

Sé que tenemos que acostumbrarnos a que la vida es así, incierta, mortal y preciosa al mismo tiempo. Tengo fe en que la luz vencerá a la oscuridad y en que hay más buenas personas en el mundo que personas con la realidad distorsionada. Pero cuesta levantarse con esta resaca de tristeza infinita, cuesta escuchar comentarios de políticos de baja talla en un momento donde la humanidad debería unirse por el bien común, porque la decadencia de los valores sociales que estamos viviendo, es otra forma de terrorismo a la que parece que nos vamos acostumbrando, dígase desahucios, díganse pensiones ínfimas, díganse recortes en educación, medicina o investigación.

Me cuesta acostumbrarme a todo esto qué queréis que os diga. Y te involucras en asociaciones, haces todo el bien que puedes, pero a veces, me iría a vivir al campo, a cultivar mi comida, a ver la vida pasar con otro ritmo. Pero eso tampoco es sinónimo de vida feliz, porque ahí, en el campo estaban los terroristas, los enemigos silenciosos disfrazados de buenos hijos, de buenos vecinos. Entonces ¿qué nos queda?

Acostumbrarnos. Incorporar en el día a día lo que ha pasado y la incertidumbre de lo que pasará. En vivir diciéndonos cada día lo que nos queremos, en acoger esa nueva sensación de que cada día puede ser el último. En el amor incondicional, pase lo que pase. En que nos pongamos una coraza, pero flexible, que no nos quite la humanidad.

Acaso el amor será la única medicina que nos cure el sinsentido.

Bienvenido, septiembre.

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